miércoles, julio 13, 2005

La Rosita

La época de mi infancia, hasta los 13 o 14 años, creo que ha sido por lejos la etapa más feliz de mi vida, junto a mis 4 hermanos hombres, mis padres y, en los últimos años de esa época, con mis hermanas menores.

Junto a los muchos momentos felices también hubo momentos muy tristes, como lo sucedido con la Rosita. Era la hermana menor de nuestros amigos los Martínez, con quienes eramos vecinos, amigos y compañeros de juegos y de escuela. Tenía cortos años, 4 o 5 quizás.

No recuerdo el año en que ocurrieron estos hechos, pero debe haber sido cuando tenía 10 años mas o menos. Estabamos celebrando las Fiestas Patrias y como era habitual las fondas, o ramadas como se le llamaba en Villarrica, ciudad donde viviamos, estaban instaladas en una de las canchas del Estadio Municipal, ubicado frente a nuestra casa.

Era cerca de mediodía cuando llegó a casa uno de los Martínez a preguntar si la Rosita estaba en nuestra casa, a lo que contestamos negativamente. Desde temprano la estaban buscando por toda su casa y por el barrio y no la habían encontrado. Pensamos que quizás se habría ido a las ramadas por lo que salimos todos en su búsqueda.

Recorrimos todas las fondas detalladamente y seguimos después por el barrio, pero la Rosita no aparecía por ningún lado.

Finalmente volvimos acongojados a la casa Martínez a saber algo más. Seguía la incertidumbre allí y cundía la desesperación de sus padres y hermanos. En algún momento a alguien se le ocurrió la posibilidad que la Rosita se hubiese caido al pozo de agua que había en el patio de la casa. El padre y la madre se negaban a considerar esa posibilidad, quizás deseando insconcientemente no enfrentarse a esa fatalidad.

Sin embargo, algunas personas mayores se dirigieron al pozo, con todos los hermanos y amigos que alli estabamos detrás de ellos. Con una vara larga y un gancho metálico iniciaron el tanteo en el oscuro fondo del pozo, de 5 a 6 metros de profundidad.

A los pocos minutos detectaron algo en el fondo. No había duda, era el cuerpecito de la Rosita que había caido allí y nadie se percatado de ello. Se inició entonces el penoso proceso para sacarla.

Estabamos todos allí cuando la sacaron a la superficie, ya muerta. Sus padres y hermanos lloraban deseperadamente. Alguien intentó su reanimación pero ya había transcurrido mucho tiempo y la Rosita no volvió. La incredulidad nos embargaba a todos. Allí estaba la Rosita sin vida y nada podíamos hacer para remediarlo.

La tristeza nos embargó a todos en aquellas aciagas Fiestas Patrias. Ya no había nada que celebrar. Sólo quedaba acompañar a los Martínez en su infinita tristeza.

Al dia siguiente por la tarde se efectuaron los funerales. En la vieja camioneta Ford T de mi padre, con él al volante, y con los Martínez, nosotros, los amigos del barrio y muchos vecinos en una columna a pie llevamos a la Rosita en una pequeña caja blanca a su última morada, al otro lado de la ciudad.

A menudo recuerdo aquellos hechos. Aún recuerdo a la Rosita, aquel angelito del barrio que se fue apenas asomando a la vida. Donde quiera que esté, ha sido testigo de algunas lágrimas que siempre derramo cuando la recuerdo.